Un viaje más largo


Me gusta ver a la paloma descansando tranquilamente en un pequeño hueco que ha ideado como hogar en el tejado de la casa de enfrente. Eso quiere decir que no se avecina un terremoto, porque seguramente saldría huyendo para buscar la seguridad del cielo abierto.

Es raro pensar en esto cuando el mundo está golpeado por una pandemia, que por ahora parece imposible de solucionar, pero mi mente ya ha vagado por muchos mundos insospechados, así que por qué no iba a surcar este también.

Donde vivo no suelen producirse seísmos, por lo menos los que recuerdo era yo tan pequeña que ha tenido que ser una idea forjada en mi cabeza a base de comentarios ajenos. La memoria infantil es tan etérea que no, no es un recuerdo certero, me lo han metido en la sesera a base de relatos de tardes de domingo de batallas vetustas sentada al calor de la chimenea.

Ya rozo una edad cercana a la jubilación y ahora una pandemia esto sí que ninguno de nosotros creía que iba a vivir, otros por desgracia la van a repetir cual pesadilla que te hace sudar y de la que te es imposible despertar. Pero el mundo no gira en torno a nuestros pensamientos, el mundo va a lo suyo, los virus y las palomas también, muchos de mis conciudadanos ni digamos y en pleno siglo XXI es como estar viviendo la pesadilla de la gripe española de 1918, de la que sé bastante porque mi abuela me contaba la hecatombe que se vislumbraba al otro lado de su ventana.

"Pero el mundo no gira en torno a nuestros pensamientos, el mundo va a lo suyo..."

¡Menos mal que mi abuela ya no está! Porque no vería justo que sus días se acabaran sin los mil besos que le dimos el día que se fue, sin hacer el más mínimo ruido, calmada y rodeada de sus hijos y nietos, con una sonrisa dulce decorando su primoroso rostro, satisfecha de lo que dejaba atrás, que aunque sabía que le había costado sudor y lágrimas sacar a su descendencia adelante, presentía que su legado permanecería intacto, así que ya podía partir, y nadie extraño veía la escena, y todos tocamos su mano para que no se fuera sola y que lo hiciera en la mejor compañía posible.

Ahora morirse en según qué circunstancias no es lo mismo.

Al morirse uno, pongamos por caso que lo hace en un hospital, uno se va en la más mísera soledad, porque puedes tener todo un ejercito de personal sanitario rodeándote pero ni una sola persona que te importe cerca. Son tiempos modernos. Son tiempos de COVID19.

Y algo así parecido me ocurre a mí ahora mismo.

Aquí estoy, tendida en una cama de hospital, repleta de cables, tubos, botes de plasma, suero y no sé qué más porque no tengo puestas las gafas y me es imposible adivinar el nombre de los medicamentos que cuelgan de un porta sueros adherido a mi lecho como si fuera un poste telefónico. El olor a desinfectante y a fármacos me molesta demasiado. Dicen que es necesario y que además no debería de olerlo porque uno de los síntomas de esta reciente enfermedad es la pérdida de olfato. Soy rara para todo, hasta para no perder uno de los sentidos que es lo primero que pierde un infectado por SARS-CoV-2.


SARS-CoV-2
SARS-CoV-2
Cómo enfermé, no lo recuerdo, dónde me atrapó entre sus garras este virus maligno, no tengo ni idea; no culpo a nadie, me culpo a mí misma porque seguramente seré la única responsable de estar contagiada, llevaba mascarilla, no me la quitaba nunca, me lavaba constantemente las manos, aireaba la ropa cuando llegaba a casa, higienizaba llaves, móvil y cualquier cosa que traía de la calle, en algún momento tuve un descuido, eso es impepinable, ahora no hay tiempo para el arrepentimiento y un día me faltaba el aire, ardía de fiebre, tosía como una tísica y estaba agotada, así que me ingresaron en este hospital, el test de antígenos y la PCR lo confirmaron rápidamente pero los síntomas hablaban ya por sí solos, el virus me había invadido y devoraba mi cuerpo sin tregua y sin remedio.

Si dejara de respirar por mí misma un respirador artificial ayudaría a mis pulmones a introducir y extraer el aire que necesito para vivir. Me dijeron que si llegara el caso tendría que permanecer en coma inducido para reducir el consumo de oxígeno y de energía, y así con mi cerebro puesto a “dormir” no sentiría este desasosiego y esta angustia en la que permanezco a diario, y yo no estoy de acuerdo, porque eso de alguna manera también es morir. No me hace gracia estar en una cama extraña, inconsciente, sin saber si alguien intenta hablarme o me presta la más mínima atención. No quiero ser como un cuadro, una planta de plástico o una papelera, porque quizás, si tienes suerte, alguien te quite el polvo, te riegue por descuido o te vacíe si te ven a punto de reventar. No, la poca consciencia que me queda quiero conservarla un poco más.


"No me hace gracia estar en una cama extraña, inconsciente, sin saber si alguien intenta hablarme o me presta la más mínima atención. No quiero ser como un cuadro, una planta de plástico o una papelera, porque quizás, si tienes suerte, alguien te quite el polvo, te riegue por descuido o te vacíe si te ven a punto de reventar."

Mi cabeza, aún en estado de sedación, calmantes no me sobran, no para de dar vueltas, una vez vi una película titulada “Johnny cogió su fusil”, del cineasta Dalton Trumbo, no sé si alguien la ha visto, el argumento habla de “un joven combatiente de la Primera Guerra Mundial que despierta totalmente confuso en un hospital, donde estará confinado de por vida, porque está ciego, sordo y mudo y con las piernas y los brazos amputados a causa de una explosión sucedida durante un bombardeo. Al principio no es consciente de lo que le ha sucedido y en qué condiciones está, pero poco a poco comienza a darse cuenta…” quiero serenarme y quitarme esta idea macabra que revolotea por mi cabeza, porque no ayuda a mi cordura, pero me es imposible, las imágenes vienen una y otra vez y eso que intento expulsarlas rápidamente, pero nada, ahí se quedan, y el agobio que me entra no es narrable. Quiero aferrarme a este mundo que aunque a veces lo cambiaría por completo o más bien desaparecería de él en un simple tris, no sé por qué otras veces no quiero abandonarlo. La paloma no ha vuelto hace un par de días, no augura buenas noticias, quizás ya haya abandonado este mundo, ella no formará parte de las estadísticas, yo tampoco quiero engrosar esta lista aterradora. Cuando aún veía noticiarios habían muerto en el mundo 2,6 millones de personas, es una cifra horrible, que todos contribuimos a agigantar por negligencias y egolatría ¡quedarse en casa no es de gente guay! y no sabemos que quizás con sentido común, algo de disciplina, rigor, comprensión y un poquito de menos intolerancia podríamos haber parado tanta muerte injusta ¡No hemos aprendido nada, lástima!

Tengo sueño, me pesa hasta el alma.

Abro los ojos por un segundo y atisbo a ver en la nebulosa que envuelve el espacio aséptico que habito desde hace dos meses, unas figuras de color blanco, envueltas en trajes inmaculados de pies a cabeza, con gorros y mascarillas, también llevan gruesas gafas, parecen buzos o extraterrestres, no los oigo hablar, sus voces se tamizan por las capas de tejidos que se interponen entre sus bocas y mi agónica figura, y no les reprocho nada, verme a mí moribunda, sin casi masa muscular, llena de cables e inmóvil, es para huir de este lugar sin pensárselo dos veces y no volver nunca más, pero ellos y ellas se quedan, me dan la mano pero los guantes de látex me impiden sentir un tacto suave, me voy sola, tengo a mi abuela en la memoria, no puedo dejar de pensar en ella, siento todavía el calor de su cuerpo yacente que para mí, aun después de cerrar los ojos definitivamente, todavía desprendían vida, ahora yo siento frío, es como un gélido viento del norte imposible de parar, mis parpados titilan, un temblor recorre mi ser entero, las figuras de tinte albino corren agitadas por la habitación, llevan jeringuillas en las manos, un desfibrilador, se agolpan alrededor de mi cama, ya no los veo, solo oigo una voz discordante que grita ¡FUERA!, todos se apartan inmediatamente y yo levito por uno, dos, quizás tres segundos, a mí también me gustaría gritar, si pudiera soltaría una gran carcajada, puede que incluso les aplaudiría, en pleno confinamiento, cuando estuvimos encerrados en casa durante tres meses completos la gente salía a los balcones a las ocho en punto de la tarde y aplaudía frenéticamente, palmeaban durante un minuto completo para elogiar la labor titánica que desempeñaba en aquél momento el personal sanitario, yo nunca lo hice, sabía que pronto nos olvidaríamos de ese trabajo ingente y que cada uno volvería a su egocentrismo, sin importar que tras las máscaras de plástico que portaban todos los que trabajan en un hospital tuvieran rostros cansados, ojeras, que aunque exhaustos seguían un día más intentando salvar vidas acabadas, pero mis brazos persistían en su laxitud, descansaban flácidos a lo largo de mi cuerpo incapaz de mover un solo músculo.

"...y yo levito por uno, dos, quizás tres segundos..."

Recuerdo ahora, no sé por qué, una frase del Antiguo Testamento del Libro de Job, “Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra” (El tiempo se escapa como una nube, como las naves, como una sombra). El monitor que recoge mis constantes vitales empieza a pitar acelerado, a la par que una perfecta línea recta comienza a dibujarse inexorablemente en su pantalla, es el fin, mi fin, mi travesía termina aquí, me voy de este mundo, ya no hay marcha atrás, aunque debo confesar que hubiese preferido gozar de un viaje algo más largo...

“Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra” 
(El tiempo se escapa como una nube, como las naves, como una sombra).


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