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Mostrando entradas de junio, 2015

Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)

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Sanlúcar de Barrameda está situada en la costa atlántica, en la provincia de Cádiz, asentada en el margen izquierdo del estuario del río Guadalquivir, frente al Parque Nacional de Doñana, a 44 km de la capital de provincia, Cádiz, y 126 km de la capital autonómica, Sevilla. Coordenadas UTM X:  204285.0 Y:  4075660.0 Latitud:  36º 46' 50'' N Longitud:  06º 18' 48'' W Altitud:  22.0 Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) Los primeros asentamientos poblacionales en Sanlúcar datan de la Prehistoria y la Antigüedad. La ciudad está ubicada en lo que se supone fue el núcleo de la antigua civilización de Tartessos .  Fue el punto de partida del tercer viaje de Cristóbal Colón, el 29 de mayo de 1498 . En 1973 se declaró conjunto histórico-artístico. Uno de los acontecimientos que no te puedes perder son sus carreras de caballos por la playa. Se celebran desde 1845, normalmente durante el mes de agosto,

Carmen de Burgos (Colombine)

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Carmen de Burgos y Seguí ( Rodalquilar (Almería) 1867 - Madrid 1932), firmaba sus escritos con el nombre de "Colombine", fue una mujer de pensamiento y acción, dedicada de lleno a causas sociales y políticas, sobre todo en favor de la mujer. Gozó de un enorme prestigo nacional e internacional, aunque el régimen franquista la condenó al anonimato, ya que su nombre formó parte de la primera lista de autores prohibidos en 1939, cuando ya habían transcurrido siete años desde su muerte. Para valorar el sentido de esta persecución y la importancia que se concedía a su figura, recordemos que la lista la encabezaba Zola, seguía con autores como Voltaire, Rousseau, Gorki o Sinclair Lewis, y que Carmen de Burgos figuraba en el puesto noveno, siendo la primera mujer. En 1921, no se pensaba igual, y prueba de ello es este edicto de la época donde se dice que la autora es digna de protección oficial: Gaceta de Madrid   Se integra en la corriente del Regeneracionismo, que

El grito

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Volví a enfocar su figura uniformada en la mirilla del rifle, todavía no me había descubierto pero era cuestión de tiempo, mi dedo índice tenía que ser más rápido que el suyo, mi vida dependía de ello. Él paseaba nervioso, algo torpe, pistola en mano, mirando en todas direcciones para no ser cazado, pero hacía excesivo ruido, parecía como si quisiera que lo matasen. Mis nervios no eran menores, allí, agazapado en el arbusto, tragaba saliva y el sudor me caía a goterones. Un grito nos sacó a los dos del campo de batalla, mamá anunciaba la hora de comer, corrimos a casa, las arma de fuego yacieron en el césped. 

Esta suerte mía

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Esta suerte mía que a veces me desquicia por inoportuna o vil,  que palpita trépida en las entrañas del que habita dentro de mi cuerpo,  que no soy yo, porque excita o aplaca mis deseos  en contradictorio estado de fastidio o carcajada,  si me pilla abandonado, encandilado a su sonrisa.  Quisiera estrangular mi inicua providencia,  pero no puedo, porque el azar a veces tiene eso,  que la suerte se convierte en infortunio,  cuando sus ojos titilando los veo distraídos, mirando a otro.  Benévola e indulgente suerte,  posa tu fluir incorpóreo en este tu esclavo subyugado,  a cambio te regalo el porvenir, mi dicha entera,  en justo intercambio de beneficios probos.  No me ignores, magnánima ventura,  y haz mi sino grácil siquiera en corto instante,  sólo, te pido, tenerla por entero un segundo,  ya ves, no es mucho, únicamente el tiempo indispensable para un beso. 

Manchas negras en el Atlántico

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Salió, sigilosa, a estirar las piernas, estaba agarrotada debido a las cinco horas de vuelo que llevaban. Si había próxima vez lo haría en primera clase, iría tumbada. Caminó hacia la cola del avión, no distaba más de 30 pasos desde su asiento, iba despacio, no tenía prisa, tampoco ganas de llegar porque una vez allí tendría que regresar y volver a devanarse los sesos. Le molestaba volar, mejor dicho le daba pánico volar. Se sentó, miró por la ventanilla, divisó manchas negras en el Atlántico, al escuchar la explosión cerró los ojos, seguidamente los tiburones sorprendidos nadaron a recoger el maná que caía del cielo.

Una guerra cualquiera

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Abrió la ventana para ver el mundo desde arriba. Encontró el paisaje desolado, la batalla se libraba ante su puerta. Venció el miedo, dejó el cristal abierto y una ráfaga de metralla campó a sus anchas por el salón. Destapó sus oídos para percibir risas infantiles, clavó los ojos en las copas de los árboles lejanos por si encontraba alegrías ajenas, nada halló. Pensó, elevamos sueños, izamos banderas, guardamos silencio para que la brisa matutina no despierte la mala bestia que llevamos dentro, pero aún así seguían cayendo condenados proyectiles de incomprensibles guerras.