La espía muda


Amparada en la negrura de la noche, te seguí,
caminabas cabizbajo,
con la mano izquierda metida en el bolsillo,
sin prisa aparente, sin premura visible,

y por un momento pensé si aquello traspasaba la licitud.
 
¿Qué guardabas con tanto esmero?

Saliste de calles estrechas para recorrer grandes avenidas.
Aunque tu itinerario yo ya lo adivinaba,
porque vagabas algo molesto, en dirección al río,
ese río que constantemente se empeñaba en separar nuestras vidas.

¿Qué más sorpresas nos deparaba el río?

Y así, cobijada en la oscuridad de la noche,
te acompañé un largo trayecto sin ser descubierta.
Espié tus movimientos, tu caminar pausado,
descifré tus cavilaciones, y esbocé una leve sonrisa
al encontrarme de pronto recordando tus besos, tus delicadas caricias.

¿Quién será la nueva afortunada de tan zalameras memorias?

Ilusa de mí, que creía conocerte,
olvidé que el soldado siempre está en pie de guerra,
y tú, de conflictos, sabías a estas alturas de la película, demasiado.

Detuviste tus pasos, inmutable, impasible,
no sé si resignado ante la caudalosa corriente.
No miraste atrás, tampoco a tu derredor,
no te importaba nada ni nadie,
solo el horizonte fue testigo impávido de tus pensamientos.

¿Quién ocupaba tu mente ahora?

Consumías las últimas bocanadas de un cigarrillo casi extinto,
lo apurabas con ansia, quizás con miedo de separarte de él,
y en su último aliento de vida
lo lanzaste con desprecio al abismo de las aguas revueltas
que los dos contemplábamos.

-¡Eso no se hace! murmuré como siempre que tirabas
la multitud de objetos que te sobraban al suelo,
pero tú ya no ibas a escuchar simplezas de ecología,
así que enmudecí como enmudecía antaño.

En ese punto exacto del puente donde ahora te encontrabas
habíamos estado juntos no hacía mucho tiempo,
volví a callar, preferí seguir siendo la espía muda
que contempla una escena sabedora de su trágico final.

Por fin tu mano izquierda se atrevió a dejar su refugio seguro,
no lo hizo rauda ni relajada, salió convertida en un puño que mirabas
sin atreverte a contemplar lo que guardabas para ti a buen recaudo.

Tu mano derecha tocó el candado que colgaba del enrejado del puente,
el que habíamos colocado juntos para sellar nuestro amor.
Eran simplezas de enamorados, lo sé, lo dijiste,
todavía lo recuerdo, pero ese acto nos asemejaba al resto de los mortales.

La luz de la farola que tenue reflejaba su fulgor en el adoquinado,
hizo brillar la diminuta llave que apareció de entre tus dedos.
Mi corazón estalló a mil por hora,
muy a mi pesar ya habíamos tirado otra llave juntos,
la arrojamos al agua para que fuera imposible abrir lo que habíamos lacrado.

¿Quién guarda eternamente una llave de repuesto?

Abrirte el candado con un simple juego de muñeca,
sentiste por un instante la totalidad de su peso,
y lo expulsaste con desprecio
al abismo de las aguas revueltas,
esas, que los dos en ese preciso instante, contemplábamos.

Lo vi elevarse en dirección al cielo,
hacer una parábola infinita,
para caer plomizo y sin remedio
al caudal turbulento que ya me ahogaba.

Mi respiración cesó de golpe,
atravesé un largo túnel tenebroso, sin luz al final de la senda,
y allí mismo supe que era inalcanzable
el regreso de mi corazón al mundo de los vivos.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Hetty and The Jazzato Band

Tu ausencia

Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)