Septiembre

Debería de odiar ya esta época del año.

Septiembre. ¡Qué mes!

Puedo recordar tantas cosas que me han sucedido por estas fechas, que si pudiese borrar estos treinta días del calendario, me los saltaría "a piola", como cuando jugaba de pequeña en el patio del colegio.

En septiembre volvían las clases, con ello terminaban las vacaciones, la rutina se adueñaba de nosotros. Tendría que volver a compartir pupitre y silencios con Elisa, esa pecosa, pelirroja de ojos azules y piel inmaculadamente blanca.

Ella también me odiaba.

Yo veraneaba tres meses en la costa, ella se asaba tres meses en un rincón de esta gran ciudad. Sí, compartíamos pupitre, nuestro apellido era el mismo, Martín, de ahí el sentarnos juntas en el centro exacto de la clase, pero nuestras vidas no se acercaban, no coincidían en absoluto, no había ni tan siquiera una mota de polvo igual en nuestro coexistir, en nuestro expediente académico, ni en nuestro destino. Pese a todo, formamos parte al unísono de muchos comienzos de este condenado septiembre.

En este instante, reparo, que Elisa debe ser una chica feliz. No sé si envidiarla o alegrarme por ella o a lo mejor, (a lo peor para Elisa), hayamos llegado a parecernos de tal manera que la fatalidad nos persiga, presumiendo que al estar tanto tiempo juntas, hemos llegado a ser iguales, idénticas.

Desde aquellos días de infancia me han pasado tantas cosas...

Sobre todo en septiembre. ¡Qué mes!

Por ejemplo, mi perro me dejó un mes de septiembre. Fue una tarde en la que lo saqué a pasear. A Tobías, así se llamaba, le encantaba corretear, por eso cualquier momento era bueno para disfrutar de sus largas carreras por el parque, siempre agradecido, siempre brincando con su lengua fuera, jadeando, saltando y poniéndote tarde tras tarde la falda perdida de barro. ¡Lo echo tanto de menos! Me entristece tanto su ausencia. Parecerá una tontería pero no quiero estar sin él. Era a quién le contaba mi escasa vida, mis grandes sueños ¿serían, tal vez, de grandeza? Por eso cuando se marchó, con él se desvanecieron mis charlas distendidas y tan sólo me quedó la melancolía, como no, cargada de humo y alcohol.

Septiembre. ¡Qué mes!

Justo un año antes, puede que coincidiera el día, me quedé sin amor. A éste no le vi partir. Como en las películas recibí una pequeña nota, el muy animal había arrancado el papel de mi libro de poemas recién comenzado, en el manuscrito pude leer: “Adiós mi amor si el tiempo decide volvernos a juntar maldeciré este momento de cobardía que me impide expresar en tu presencia lo que ahora escribo entre sollozos y lágrimas”. 


Ni un punto, ni una coma, nada que me permitiera pararme a pensar, que me permitiera darme cuenta qué me estaba sucediendo. Leí esa inscripción tan de corrido que hoy sé que no me afectó lo más mínimo. También sé que no, no era cierto, él no lloraba, pese a que se creyese hacerlo, lo que veía era su cara reflejada en el cristal y la lluvia cayendo de fondo. Sé que aquél día, amaneció lloviendo. Espero que aquél día lloviese.

Septiembre. ¡Qué mes!


Ahora, jugando con el tiempo, lo engaño, y le digo que no estamos en septiembre

Los días se van acortando un poco más. La vida también se nos acorta.

Otro septiembre partí de mi hogar. Partí a la nada. Quizá, me echaron, tal vez huí. Ahora no puedo recordarlo con claridad, tampoco importa. Lo malo es que era septiembre y en esta época pasamos rápidamente del calor al frío, a la frescura del otoño, que pronto se convertirá en invierno y nos quedamos desahuciados, sin nadie que nos arrope, que nos ampare.

Y tendremos que empezar de cero. Con olores nuevos que no nos recordarán para nada lo inhalado hasta entonces. También con muebles nuevos, en los que tropezaremos las noches que entremos a oscuras, como lo hacíamos en la casa paterna, porque las costumbres arraigadas de antaño cuestan trabajo olvidarlas. Aunque también, es cierto, que nadie nos sermoneará, nos interrogará como si estuviésemos ante el patíbulo, como tantas veces hemos estado. 


La historia puede escribirse en cualquier mes, sin embargo, cuando persiste en cartearse contigo siempre por septiembre, créeme, da que pensar.

Así que sin saber por qué, de buenas a primeras, como por casualidad, por septiembre, el invierno entró en mi vida, se instaló la lluvia perenne en mis ojos y empezaron a derrumbarse mis sueños como hojas secas, que nadie recoge y siembran un jardín otoñal.

Ahora, jugando con el tiempo, lo engaño, y le digo que no estamos en septiembre, que es mayo, y las amapolas, a punto de brotar llenarán de color nuestros campos, para darnos esas pinceladas de luz, de oxígeno que nos falta, que ansiamos. Y las margaritas también florecerán con ellas, para que hagamos ramilletes que decoren nuestras vidas. Y le pediremos al viento que sople con todas sus fuerzas, para que se lleve lejos estos momentos y nos traiga la dicha, el amor, el cariño que pedimos a gritos pero no encuentra eco.

Aunque yo sepa la verdad y no pueda dejar de repetir: Septiembre. ¡Qué mes!



Septiembre, al fin 30 de 1997





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