7:38 am

A la tercera señal de llamada ella descolgó el teléfono, llegó atropelladamente hasta el aparato porque tropezó con una caja y casi estuvo a punto de caerse de bruces contra el suelo. Al otro lado del hilo telefónico la voz de un hombre le sonó familiar, pero no pudo reconocerla enseguida.

  •   ¿Manuela?
  •   Sí, al aparato. ¿Quién eres? –Preguntó ella, sin mostrar mucha alegría–

La voz familiar, pero aún desconocida, la sacó de la abstracción en la que se encontraba. Eran las 7:40 de la mañana. Se estaba vistiendo. La noche anterior había estado metiendo todos los enseres personales de David en cajas que le habían dado en la droguería de debajo de su casa. Eran cajas de productos con nombres de perfumes que todavía conservaban su esencia, unas fragancias le resultaban agradables, en cambio otras, casi le hacían perder la conciencia, hasta que su pituitaria se mareó y dejó de percibir cualquier olor. Habían pasado diez años, hasta entonces no pudo hacerlo. Pensaba, algunas veces hasta en voz alta, por qué no decidió ir aquella tarde del miércoles 10 de marzo de 2004, a pescar con David y su amigo Pedro.




Manuela sabía que aunque usara la mejor del muestrario expuesto en la pared del garaje, David le recriminaría la elección, y la amonestaría con su discurso preparado.

 
A David le gustaba pescar, y aunque a ella al principio le parecía de lo más aburrido, al final se aficionó también.

  • Soy Pedro. ¿Quieres que os recoja?
  • Perdona, no te he reconocido, tenía la cabeza en otro sitio. No, no hace falta.

Las largas tardes que pasaban David y ella juntos en el río Ucero, callados para no ahuyentar a las truchas, todavía las añoraba. Se apostaban cada uno al lado del otro, a escasos cuatro metros de distancia, para no enredar sus sedales. No hablaban, sólo se dirigían miradas cómplices y, de vez en cuando, alguna señal con el dedo en dirección al agua, siempre por parte de David, para indicar el movimiento de los peces que los rodeaban. A Manuela algunas veces le hubiera gustado conversar de cualquier cosa, alguna banalidad ocurrida durante la semana, del almuerzo que había preparado a las 6 de la mañana para estar en el río pescando a las 7:30, del hijo que nunca llegaba, de cuándo se decidirían por fin a ir al Registro para inscribirse como pareja de hecho o de la monotonía que se había instalado en sus vidas y no pensaba abandonarlos.

  • Vale, pues entonces nos vemos allí. –Dijo Pedro–
  • Bien, te llamo cuando estemos cerca. –Y colgó el auricular–

David tenía una pequeña casa heredada de sus padres difuntos, en El Burgo de Osma, en Soria. Al estar tan cerca de Madrid todos los fines de semana cogían algo de ropa, la comida que quedaba en el frigorífico, las botas de montaña y se iban a la salida del trabajo el viernes por la tarde. Los aperos de pesca los guardaban en el pueblo. David tenía una colección magnífica de cañas de pescar, también herencia de su padre muerto. Las había de todas clases, telescópicas, de varas, de tramos, para Manuela cualquiera servía, sin importarle el estado en que se encontrara. Manuela sabía que aunque usara la mejor del muestrario expuesto en la pared del garaje, David le recriminaría la elección, y la amonestaría con su discurso preparado.

  • “Manuela, fíjate, el anzuelo debe estar correctamente atado por el nylon, que a su vez debe estar correctamente atado en el rotor, el nailon no tiene que presentar melladuras ni daño alguno, y la carnada debe ser fresca y debe estar bien presentada en el anzuelo, atada con hilo elástico si es el caso, de tal manera que el anzuelo casi no sea visible, pero a la vez, que sea eficaz su posición para cuando encañemos logremos enganchar al pez”.

A Manuela todo aquello le importaba “una mierda”, dicho sea rápido y sin rodeos. Ella iba a pescar por no quedarse sola en la casa, por estar en medio de la naturaleza y poder oler el río, los árboles, las flores, para que le diera el aire en la cara, por salir del caos, el tráfico y la polución y, sobre todo, por estar con David, aunque fuera a cuatro metros de distancia y sin mencionar palabra alguna. Sabía que lo quería, sabía que quería acabar sus días con él. A veces parecían ser dos desconocidos que se encontraban comprando una barra de pan y ni siquiera se cruzaban la mirada, pero Manuela sabía que en realidad eran almas gemelas destinadas a encontrarse.


le da miedo pensar que si se olvida un segundo de lo ocurrido será como traicionar su memoria y eso es lo último que quiere.


David era un tipo simple. No pedía mucho. Le bastaba con su trabajo de camarero mal pagado, su Citroën 2CV, azul cobalto, descapotable; un piso alquilado en la calle Olivar, en Lavapiés y disponer de los fines de semana completos para tener la posibilidad de irse para desconectar del bullicio de la gran ciudad. Quizás por eso Manuela estaba con él. A ella tampoco le gustaba la gran ciudad, y eso que se trasladó a Madrid antes que él, cuando era pequeña, y sus padres decidieron comenzar una nueva vida en un lugar con más oportunidades. Manuela trabajaba se secretaria en una agencia de seguros en el barrio de La Latina. Hace diez años hacía el trayecto en metro. Cogía la Línea 3, hasta Embajadores donde se bajaba y transbordaba con la Línea 5 que la llevaba a su destino, La Latina. El trayecto completo no eran más de 15 minutos, los suficientes como para leer el periódico gratuito que cogía a la entrada del suburbano. Ahora hacía el recorrido en autobús, tardaba un poco más, pero no le importaba. Manuela no ganaba mucho, lo suficiente como para pagar la mitad del alquiler del piso que compartía con David, comprarse alguna ropa nueva cada temporada y salir de cuando en cuando a tomarse una copa. Nada de caprichos caros, nada de comidas fuera, pero aún así podía ahorrar un poco. ¡Menos mal! Porque ahora tenía que tirar de las reservas que había ido acumulando.

David nunca cogía el metro. Tenía la suerte de trabajar al lado de casa, en la calle de la Primavera. ¡Bonito nombre para una calle! Trabajaba de lunes a viernes, sirviendo comidas en un pequeño local. La dueña era amiga de su familia, oriunda de El Burgo de Osma. Tenía un buen horario, de once de la mañana a cinco de la tarde, pero aquél miércoles 10 de marzo tenía el día libre y se fue a pescar con Pedro. Manuela no quiso ir. Podría haber pedido el día libre en el trabajo e irse con ellos, pero para Manuela el amigo de David no era santo de su devoción. Por eso Manuela se quedó sola en casa. Hoy en día ya no culpa a Pedro de nada, le ha costado, pero ha comprendido que acusando a otra persona, que encima ni siquiera ha pisado la escena del fatal desencuentro, no le sirve de nada, no le va a devolver a David, por un tiempo la aliviaba, se sentía mejor responsabilizando a Pedro de todo lo ocurrido, esa pequeña mentira le confortaba el alma, la absolvía de soportar ella sola toda la carga.

David no quiso coger el coche aquel día. ¿Por qué no lo haría? Esa pregunta le martilleaba en las entrañas. Nunca dejaba de repetirlo: se fueron en el coche de Pedro, no en el David.


Porque ahora tenía que tirar de las reservas que había ido acumulando

Si hubiera ido Manuela con él, David, Manuela y Pedro se habrían ido en el Citroën azul cobalto descapotable. Hoy se cae a pedazos en un garaje, porque Manuela no sabe conducir.

Por eso David se fue enfadado aquél día, porque Manuela no quiso acompañarlos.

David se fue en el tren de cercanías a casa de su amigo Pedro. Pedro vivía en Alcalá de Henares, lejos, muy lejos de ellos.

David después de ir a pescar volvió con Pedro a su casa y pasó la noche con él, adentrarse en Madrid a esas horas era una locura.

El 11 de marzo de 2004, David se levantó muy temprano. Más temprano que ningún día. A David le molestaba por encima de cualquier otra cosa en el mundo tener madrugar, pero ese día lo hizo. Cogía un tren a las 7:01 de la mañana, no podía perderlo, a las once comenzaba su turno de trabajo y antes tenía que pasar por casa para ducharse y vestirse con su ropa de faena.

Desde entonces Manuela recuerda cada minuto, la secuencia permanece imborrable en su cabeza, sabe que lo ocurrido quedará escrito en su memoria para siempre, inalterable, Manuela la rememora una y otra vez, quizás, porque en el fondo le da miedo que con el paso del tiempo desaparezca, le da miedo pensar que si se olvida un segundo de lo ocurrido será como traicionar su memoria y eso es lo último que quiere.

A las 7:05, Manuela se despertó para ir a trabajar. Algo adormilada todavía, tocó con la mano el lado derecho de su cama, la encontró vacía, helada, permaneció así diez largos minutos, acariciando con la palma de la mano la sábana, hasta que ésta, por fin, tomo algo del calor de su propio cuerpo.

A las 7:15, Manuela no tenía prisa por levantarse, aún le faltaban dos horas para tener que fichar, así que se dio otra vuelta. Estaba intranquila, no sabía por qué, pero no se sentía bien.

A las 7:29, Manuela siguió amodorrada en la cama, rumiando la idea de dejar a David, pensando que ya no merecía la pena intentar salvar la relación.

A las 7:30, sonó su teléfono móvil. Era David, le dijo que llegaría a casa en media hora más o menos. La conversación duró sólo cinco minutos. 


A las 7:31, David le pidió perdón por haberse ido de esa manera, pero a veces Manuela lo exasperaba.

A las 7:32, David le dijo que realmente con quien le gustaba ir a pescar era con ella. No le confesó que Pedro hablaba en exceso, y eso lo sacaba de quicio.

A las 7:33, David le susurró muy bajito que la quería, le daba vergüenza que lo oyeran el resto de pasajeros que iban en el vagón, por eso lo dijo tan bajo.

A las 7:34, David le dijo muy seguro que quería tener un hijo con ella.

A las 7:35, Manuela después de colgar el teléfono móvil, muy, pero que muy contenta, se fue al baño, y se regaló una gran sonrisa delante del espejo.

A las 7:36, Manuela se recriminó a sí misma, delante del mismo espejo al que le había regalado la sonrisa un minuto antes, por haber tenido el horrible pensamiento de abandonar a David.

A las 7:37, David iba sentado dentro del convoy número 5, del tren 21431, donde en tan sólo un minuto harían explosión tres bombas. El tren estaba situado en la vía 2, dentro de la estación de trenes de Atocha, muy cerca ya de Manuela.

A las 7:38 del jueves 11 de marzo de 2004, estalló la primera bomba de las tres que harían explosión dentro del tren 21431, situado en la vía 2, de la estación de trenes de Atocha. David murió en el acto.

A las 7:39, una de las 191 personas que perdieron la vida en los atentados del ya conocido 11M, fue David, pero Manuela, aunque a esa hora no lo sabía, también murió un poco por dentro.

A las 7:40 del mismo día, pero de diez años después, Manuela se estará vistiendo para ir por primera vez a la estación de trenes de Atocha. Hasta entonces ha sido incapaz de hacerlo. Sonará el teléfono, será Pedro, por si quiere que vaya a su casa a recogerla y así poder ir juntos. Manuela no reconocerá su voz de inmediato.

A las 7:39 del mismo día, pero de diez años después, Manuela pensará que no puede seguir fingiendo que la vida es igual, porque desgraciadamente la vida ya no es igual por mucho que intente recomponer el recuerdo de David.

A las 7:38 del mismo día, pero de diez años después, a la misma hora en la que murió David, Manuela despertará a su hijo de 9 años para que la acompañe a la estación de trenes de Atocha, todos los años celebran un homenaje en honor a las víctimas. Ese hijo que también se llama David, y que no conoció a su padre, irá con ella. Por fin llorarán acompañados al padre que nunca supo que aquel jueves 11 de marzo de 2004, a las 7:38 de la mañana, ya se estaba gestando su hijo dentro del vientre de Manuela. 


Índice del libro
 
ISBN: 978-84-8195-347-3



 
(Texto presentado al VII Concurso de Relatos Breves, Guadalupe González Fernández, de la Consejería de Hacienda y Administración Pública de la Junta de Andalucía, 2015, bajo el seudónimo de Francisca Cavero)
Comienzo del relato
Seudónimo. Pág. 1

Seudónimo empleado:Francisca Cavero


Reseña del libro:



Título de la obra: 7:38 am

Título del libro: VII Concurso relatos breves Guadalupe González Fernández

Autor/a: VV.AA.

Edita: Consejería de Hacienda y Administración Pública

ISBN: 978-84-8195-347-3

Año de edición: 2015

Nº de páginas: 286
 

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