Aripiprazol


– ¡Callar! – dijo Euterio, en voz alta –

No había nadie más en la estancia y enseguida comenzó a doblar la servilleta que tenía en la mano haciéndole mil pliegues.

– ¡Callar! – Repitió –

Sus ojos se abrieron como paraguas bajo la lluvia y acto seguido depositó el trapo arrugado encima de la mesa. Lo puso al lado del frasco de pastillas “Aripiprazol”, recetadas para aliviar el grave trastorno delirante que sufría.

Se levantó de la silla en la que estaba arrellanado y dio un par de vueltas alrededor del tablero, nervioso, mirando fijo a los dos objetos, esta vez mudo por completo, pero las voces no cesaban. Se sujetó la cabeza con fuerza y gritó:

– ¡Callad de una vez!

Miles de alaridos le golpeaban la mente. No lo dejaban pensar con facilidad. Corrió a la cocina y cogió un cuchillo para defenderse.

– ¡Callar! – Lo dijo alto y claro, frente al espejo, blandiendo el acero frente a su rostro –

La mano de su madre apareció de la nada, con cautela tomó la hoja afilada y un reguero de sangre cayó al suelo.

– ¡Calla, Euterio, ya estoy aquí! Tomó el bote de píldoras, le ofreció una y desdobló la servilleta para taponar su herida.


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