Confesiones

Los objetos de los que hablo llevan conmigo casi tres décadas, que se dice pronto, pero han pasado tan lentamente como pasan las horas cuando eres impúber. Todas estas cosas no vinieron de golpe, han ido apareciendo casi sin darme cuenta, hoy una cosa, mañana otra...
Todas las mañanas cuando llego y enciendo mi ordenador la miro fijamente mientras tomo aire hasta que a mis pulmones ya no les cabe ni una pizca más de aire, entonces en mi mente aparecen muchas personas a las que he querido y sigo queriendo, luego suelto el aire pausadamente y cada uno vuelve a su sitio, igual que en un puzle que haces por ordenador al que le han encajado todas sus piezas correctamente. Esta es mi forma de relajarme a diario y también la de empezar bien el día.
Aunque a primera vista parece que únicamente contiene clips de oficina, y es así, en su interior hay mucho más, pero mejor empezar por el principio, como hay que empezar las cosas para que cobren sentido y nos entendamos.


Una pequeña pinza de color gualda de las que daban en el “AVE”, no sé si todavía las ofrecen y que Pepe coleccionaba de sus viajes a Madrid en dicho medio de transporte. Luego, casualmente, se vería vinculado laboralmente a “Renfe”, aunque entonces ninguno de los dos lo sabíamos. Con él aprendí de números, a confeccionar laboriosas tablas de Excel, que él, de un simple vistazo, adivinaba la suma incorrecta. Buen hombre, mejor compañero.

El primer quitagrapas que me dieron al entrar a trabajar, en septiembre, de este año 2015, cumplirá 28 años. Lo he trasportado, al igual que al resto de objetos por los cuatro edificios administrativos por los que me he ido trasladando. Lo uso a diario y parece una tontería pero al cogerlo rememoro por un lado esa sensación de asombro y sorpresa que me produjo tenerlo en la mano la primera vez porque, palurda de mí, no sabía de su existencia, aunque a esas alturas de la vida estaba ya todo inventado por mucho que yo lo ignorara, y por otro, ese sentimiento de inseguridad e inexperiencia de jovenzuela incipiente en el mundo laboral, que ya me parece tan lejano como la sensación de teclear en una máquina escribir manual en estos tiempos informáticos.

En definitiva estas son las cosas que conservo, seguramente podrían haber muchas más y las he ido dejando sin darme cuenta por el camino, pero aunque no las conservo de forma tangible siguen estando de algún modo en mi memoria, al fin y al cabo el cerebro es el mejor almacén del que disponemos.
Cuando me jubile esta taza y lo que contiene será lo único que me lleve de esta oficina, me cabe en una mano, es liviana pero su fuerza es sólida y robusta semejante al Coloso de Rodas.
Y estas son las pequeñas cosas que me mantienen pegada a la silla, a mis amigos, a las personas que han ido transformándome en lo que soy hoy, porque cada uno ha puesto su granito de arena, todavía queda hueco por rellenar, así que ya sabéis, si queréis regalarme algo tiene que ser muy pequeño, tan pequeño como para que quepa en mi vasija de secretos.

Comentarios
Publicar un comentario