Color avellana

Me hizo gracia ver cómo caía al suelo. Luego lo he imaginado a cámara lenta y mi cara debe ser un poema, sobre todo para aquél o aquella que me vea sin saber lo que estoy pensando en ese momento, y como digo, me descojono de risa, porque me digan lo que me digan, una caída siempre hace gracia.



Ella no se reía, es más creo que tenía ganas de llorar porque un centelleo le invadió el cristalino.

 

Yo iba detrás de ella. Reconozco que le miraba el culo, pero era porque todavía no había visto sus ojos. Un perro se cruzó entre ambos, se le había soltado a su dueño, que con una mano portaba la cuerda del can y con la otra escribía algún texto en el teléfono móvil, no hay que mirar su dispositivo ni ser un lince como para saber que se trataba de un WhatsApp, pues como digo que en esas el chucho salió a toda leche, lió la correa en su pie izquierdo y ella cayó de bruces al suelo sin poder evitarlo.



El espécimen del móvil tardó en reaccionar, miraba todavía su pantalla táctil, el canino olfateó a la presa que acababa de derribar y yo comencé a reírme como un poseso, luego ella me diría que como un auténtico payaso y casi ni le hago caso a la pobre accidentada. Ella no se reía, es más creo que tenía ganas de llorar porque un centelleo le invadió el cristalino. Se había echado una rodilla abajo, sangraba, pero no miraba sus heridas. Fijó sus bellos ojos color avellana en los míos ¡menos mal! porque yo seguía con una sonrisa en la boca y al intentar levantarla me dijo que no, que la dejara un rato en el suelo para que se le pasara el estado de ansiedad en el que estaba entrando. Yo me quedé junto a ella. Creo que allí mismo me enamoré. Luego vino el idiota del Smartphone y quiso deshacer el desaguisado que habían formado entre su sabueso y él. Lo echamos con una mirada asesina. Se disculpó, cogió la cinta de cuero, que todavía estaba sujeta al tacón de la bella de ojos pardos, guardó su maquinita de 5” en el bolsillo y no vimos por dónde se fue. Nosotros nos quedamos allí, absortos durante un buen rato, después ella me dijo que la acompañara al coche, yo antes le ofrecí un poco de agua que portaba en mi mochila, ella bebió un sorbo largo, como para pasar una pena de las que se te atascan en la garganta y es difícil hasta pronunciar palabra, apoyada en mí hombro recorrimos los cien metros que nos separaban de su Opel negro, me dio las gracias y la vi alejarse. Todavía me rio al recordar su caída, pero también lloro en silencio, porque para el mundo aunque soy un tipo duro, al pensar que fui un tremendo imbécil por dejarla marchar, por no acompañarla hasta su casa o hasta mi cama y recuerdo sus ojos color avellana iluminado por las futuras lágrimas que seguro derramaría, los míos también se inundan como las margaritas desbordan los campos en primavera. 




III Concurso de relatos hiperbreves ma non troppo "La siguiente la pago yo

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