Lucrecia permanecía sentada en la silla, esa noche no pudo dormir, se levantó a las tres de la madrugada cansada de dar vueltas, seguía mirando al frente, aunque en realidad no prestaba atención a nada concreto. Su mano acariciaba el fusil que tenía en el regazo, lo hacía como quien arrulla a un bebé que llora desconsolado. Era el 3 de febrero de 1938. No estaba contenta con la forma en que lo había limpiado, pero ya no había tiempo para volver a la faena y lustrarlo nuevamente. Dos balas descansaban en su interior, las únicas que le cabían y las únicas que le harían falta. Sabía lo que le esperaba. Podía sentirlo en los latidos de su corazón, bombeando a mil por hora. Era de noche todavía, pronto amanecería. A lo mejor ya nada importaba. A lo mejor ese era su fin y no había fuerza exterior capaz de detener la barbarie que había ideado, quizás todo estaba escrito en las estrellas y ella era sólo el medio para llevarlo a la práctica, y no podía hacer nada por detenerlo, no, no había go...