Toldo


Toldo camina alegre, no le importa que los niños se metan con él o lo persigan por la calle. Camina seguro, sabe que aunque el día se presta al llanto, es día de difuntos, su misión es llegar al cementerio antes de que lo haga Elvira, porque, seguro, que de un grito seco, lo mandará de nuevo a casa. Elvira llegará provista de cubos, trapos, limpia cristales y un gran ramo de narcisos níveos como la leche, tan grande que perfumará las tumbas colindantes y algún que otro forastero la criticará por el exceso de efluvios. Se afanará en dejar la sepultura de su difunto esposo tan limpia como tiene la casa. Después llorará y al final lo maldecirá por haberla dejado sola. Toldo no entiende que Elvira sea tan egoísta y crea, que es ella, únicamente, la que ha sido abandonada. Después de todo Elvira solo se acuerda de su extinto esposo el día de los difuntos. Toldo lo visita a diario. Sabe que su amigo lo agradece. Él le lleva lo poco o mucho que se encuentra a su paso. Quizás una hoja de acacia, un pañuelo usado o un vaso roto. Toldo comprende que el finado no puede decirle a Elvira que él también tiene derecho a agasajarlo. Elvira dice que es raro. Que nunca ha visto una cosa semejante. Que sólo a ella le pasan estas desgracias, tener un esposo muerto y a Toldo, un gato loco.





(Relato inspirado en un hecho real)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hetty and The Jazzato Band

Tu ausencia

Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)