Sonó el teléfono móvil, lo cogió por inercia, sin mirar quién podría ser, una voz familiar dijo su nombre e inmediatamente el aparato cayó al suelo, un transeúnte que pasaba lo pisó, otro se quedó mirando con cara de asombro, pero no dijo nada, y si lo dijo no pudo oírse, pues se llevó la mano a la boca en señal de profundo dolor, Raúl, no el nombre que acababa de sonar al otro lado del hilo telefónico, sino la persona en sí, la dueña del nombre, la dueña del teléfono, la persona destinataria de aquella llamada, no pudo contener las lágrimas al ver la máquina hecha mil pedazos desparramada por el adoquinado (ya sabemos cómo es capaz de esparcirse un cristal que ha perdido su condición de compacta, que sí, que sigue siendo un sólido pero en fragmentos mucho más pequeños que ya no sirven para nada), eso no podía pasarle a él, pero sí, era su teléfono el que había caído de su mano cual catarata que es difícil de atrapar y, yacía, fragmentado, reventado, imposible de volver a ser recompuesto, igual que le pasaría a su arteria aorta un minutos después, aunque Raúl todavía no lo sabía.

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Página núm. 21
Desafío mensual
Relato en una sola oración, ganadora del 2º puesto (Compartido)


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