Aquel edén de nombre ignoto


Mamá habita desde hace dos años en un lugar lleno de flores. En primavera da gusto ir a visitarla porque el olor que nace de la tierra inunda tus sentidos. No quiero decir que no me entren ganas de darme una vuelta en otra época del año, pero en primavera es especial, hay rosas de mil colores que desprenden un aroma dulce que atrae sin remedio a miles de insectos para saborear su néctar, margaritas tatuadas con una paleta multicolor que se camuflan entre siemprevivas mezcladas de amarillo, blanco, rosa y rojo, que alegra la vista de los presentes; pájaros que trinan entonando hermosísimas canciones inventadas sobre la marcha y, a veces, un aire vespertino que se pasea furtivo y espabila tu rostro dormido. 

No es un lugar que me asuste, no sé si debería de serlo.
En primavera da gusto ir a visitarla porque el olor que nace de la tierra inunda tus sentidos
A mí antes no me gustaban las flores, pero ahora, desde que visito a mamá casi a diario, he aprendido a quererlas.

Mamá siempre dijo que quería que le lleváramos flores el día de los difuntos. Por eso, hoy que es día de difuntos le traigo flores. Están pintadas de lila, iba a comprarlas del color que atrapa el dolor de mi pecho, pero ese esmalte es de tinte triste y sombrío y, al fin y al cabo, ella qué culpa tiene de estar muerta.

En el lugar donde habita mamá la gente mantiene un tono de voz suave, habla en susurros como intentando no despertar a los inquilinos afincados en aquellos nichos minúsculos. Tengo que reconocer que me hace gracia, pero yo también los respeto y esbozo tan sólo una disimulada sonrisa para que nadie recrimine mi descaro. Nadie lo sabe, pero la purita realidad es que gritaría a no poder más pidiéndole a mi madre que volviera.

Antes de entrar al lugar donde habita mamá hay un cartel que pone “Cementerio”. No traspaso su cancela desde que mamá ha muerto, ya de pequeña lo visitaba para ver al abuelo. Hago memoria y no consigo descifrar el motivo que me llevó a dejar de hacerlo, quizás mamá pensó que era mejor resguardarme del dolor por unos años y renunció a acarrear conmigo sábado tras sábado.

De pequeña siempre pensé que los muertos se vengaban de mí o quizás fuera mi abuelo por haberlo abandonado, y puso ante mis ojos en letras de molde gigantes el nombre del terreno en el que habito, anunciando así el lema de la frontera que separa nuestros reinos, demostrarme que la vida al otro de la muralla es hermosa y serena, no como mi urbe llamada “Cementerio”, plagada de engaños y falacias.


...ponerle de una vez por todas el nombre que se merece el lugar de los difuntos y renombrar de nuevo el terreno que ocupo.

  Por unos años viví en una ciudad bautizada “Cementerio”, allí crecí, jugué, fui al colegio, también me enamoré, mientras mi abuelo disfrutaba de un vergel de nombre incierto, lugar en el que ahora mamá dormita eternamente. No sé si hoy, desde mis ojos de adulta debo pensar igual, si he de darle la vuelta a mi vida como a un calcetín, ponerle de una vez por todas el nombre que se merece el lugar de los difuntos y renombrar de nuevo el terreno que ocupo. Tampoco sé si mis ojos de niña nunca me engañaron y mi extramuros sí es el Cementerio y aquel edén de nombre ignoto, donde jamás despertarán mamá y el abuelo, un oasis que inunda los sentidos.

Comentarios

  1. Me encanta tu relato. Tus palabras me acercan a una situación difícil que tratas con infinita ternura.

    Un besazo

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