Kristina


...mi mente no está en otro sitio que no sea ella...




Llegó el gran día, carreras de última hora, la maleta que no cierra y mi mente lejos de mí, imaginando un rostro aún no conocido que pronto se convertirá en mi despertar diario. Es cierto que no era la primera vez que lo hacía, ya había bosquejado su rostro en mi mente miles de veces desde el instante en que recibí ese discreto y escueto correo electrónico una tarde sofocante del mes de julio. No adjuntaba ninguna fotografía, para el remitente seguramente no era un elemento importante a acompañar, tan sólo puntualizaba algunos datos a tener en cuenta antes de formalizar definitivamente el papeleo, su sexo, su edad y poco más, menudencias administrativas que no dejaban de ser esenciales para que el proceso llegara a buen término, pero a fin de cuentas naderías para una recién estrenada madre que lo único que demandaba a esas alturas era una simple imagen para poder poner fin a la noria que se había instalado en su cabeza.

Todo había comenzado tres años atrás, un día mi cobardía se distrajo un segundo, me planté ante el espejo y mirándome fijamente a los ojos me armé de valor y decidí complicarme la vida empezando los trámites de adopción para ser madre. No, no empiecen pensando que estoy loca, sé que lo que acabo de decir suena a locura, pero ya lo entenderán. Tampoco piensen ustedes que me refiero a enredarme la vida sacándole al día más de las veinticuatro horas justas que tiene, ni un minuto más ni un minuto menos, corriendo desde la mañana a la noche, empezando por buscar un colegio con aula matinal que abra sus puertas como mínimo a las siete y media de la mañana porque yo entro a trabajar a las ocho y que también disponga de comedor porque hasta las tres no salgo y claro si las clases terminan a las dos de la tarde, por razones obvias que no es necesario explicar, la chiquilla no se va a quedar sola y encima sin comer tanto tiempo, y después de recogerla y de haber pasado como un rayo por el hipermercado para hacer una compra rápida de cuatro alimentos básicos agotados en el frigorífico, continuar con las actividades extraescolares, volando de una a otra, de la clase de inglés a la de danza los lunes y los miércoles y los martes y jueves a pintura, y aprovechando que hoy hay fiesta de cumpleaños de una compañera de clase escaparte a comprar un regalo y de paso a toda velocidad a la frutería porque mañana toca llevar fruta para desayunar en el colegio y las manzanas ya se han acabado y, antes se te olvidaron en esa compra rápida de cuatro alimentos básicos que hiciste en el hipermercado… para por fin, ¡UF!, llegar a casa, soltar los tratos, e ir de cabeza a la ducha diaria antes de preparar una suculenta y deliciosa cena, porque con el día que llevamos a estas alturas de terminar la jornada no vamos a estropearlo todo y a darla por finiquitada con unas descuidadas viandas preparadas y servidas de cualquier manera.

No, no me refería a eso. El complicarme la vida era, y lo sabía, y lo sé a ciencia cierta porque yo trabajo para la Administración, era como digo precisamente esto: a la Administración, al maldito trámite burocrático. Solicitar documentos a dieciocho mil administraciones distintas, que encima tardan una eternidad en entregártelos ¿Cuántas hay? Pues seguro que necesitas un papel de cada una de ellas, y venga originales, hacer fotocopias, compulsas, sellos, fechas, visados, y un largo etcétera, que cuando menos te lo esperas ha caducado todo y tienes que volver a solicitarlo de nuevo, e indudablemente tienes que volver a visarlo completamente todo por un notario, que de fe de que los documentos son originales, para que certifique con su firma carísima que tú eres tú, y que quién firma el documento es quién tiene que firmarlo, que a veces te gustaría estar casada con el notario o la notaria para que por lo menos te saliera gratis tanta firma excelsa o sin llegar tan lejos que la notaria o el notario fuera tu hermana o tu hermano, pero no, a tus hermanos no se les ocurrió a ninguno hacer oposiciones a notaría pensando que los necesitarías más que nunca en un momento concreto de tu vida, él se conformó con ser dentista y ella cardióloga.

Todavía me quedan ocho horas para ir al aeropuerto, pero mi mente no está en otro sitio que no sea ella. No me falta nada, todo está bien dispuesto en la maleta perfectamente ordenado, la muñeca de trapo, la ropa nueva, -no sé si le quedará bien-, los zapatos deportivos, las sandalias de cuero, el álbum con las fotos de la familia, -quiero que los conozca a todos, es importante que empiece a reconocer ya sus rasgos-, las cámaras de fotos y de vídeo, los cables, las memorias, las pilas, el cargador de las pilas. Seguro que llevo sobrepeso. No me importa.

El segundo correo fue diferente, sí traía una foto, la foto más importante de mi vida, la que se ha quedado clavada en mi retina para siempre, la que unía por fin su rostro menudo, serio y asustado a mis lágrimas de felicidad.

Siempre supe que llegado ese momento lloraría.



...me paré en su perfecta hilera de dientes diminutos y quise que empezara a comerse el mundo a pequeños mordiscos...

 
Había dejado de estudiar hacía muchos años pero aquel día comencé de nuevo mis lecciones, la tarea que tenía ahora entre manos consistía en aprenderme concienzudamente el rostro de mi hija, empecé por ese pelo mal cortado, negro como una noche sin estrellas, liso como una carretera ausente de curvas, continué con sus cejas que dibujan un arco perfecto y te invitan a quedarte allí calentita cobijada para siempre, seguí bajando y me aprendí sus ojos rasgados, de pestañas larguísimas, y del mismo color de su pelo, me paré en su perfecta hilera de dientes diminutos y quise que empezara a comerse el mundo a pequeños mordiscos, paladeando la vida que yo comenzaba a ofrecerle. Tenía la certeza que me esperaría con los brazos abiertos y así fue.

Quince horas de avión, un trasiego de maletas por cinco aeropuertos diferentes, inmensos, llenos de rostros serios, carreras, cada uno a lo suyo, incluida yo. En el primero prestas atención a los carteles, todavía son comprensibles las palabras que emiten los altavoces camuflados en algún lugar de la bóveda plagada de focos fluorescentes, avisos que hace que los indecisos paren en seco como si con el movimiento fuera a inferir en un mensaje que para nada les pertenece, pero aún así te sigues sintiendo segura y caminas altiva como si aquel fuera tu escenario diario. Nervios al despegar, los aviones nunca han sido mi fuerte, a veces tengo pánico a volar, esta vez me armo de paciencia, de valor, trago saliva un par de veces ¡Qué pena no tener fé para poder rezar y que el miedo recaiga entre varios! Cuento hasta diez, cierro los ojos y al abrirlos y girar la cabeza hacia la diminuta ventanilla situada a mi derecha, comienzo a divisar el mundo a mis pies algo más pequeño. Respiro hondo, exhalo. Dentro de poco estaré contigo...

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