Manchas negras en el Atlántico

Salió, sigilosa, a estirar las piernas, estaba agarrotada debido a las cinco horas de vuelo que llevaban. Si había próxima vez lo haría en primera clase, iría tumbada. Caminó hacia la cola del avión, no distaba más de 30 pasos desde su asiento, iba despacio, no tenía prisa, tampoco ganas de llegar porque una vez allí tendría que regresar y volver a devanarse los sesos. Le molestaba volar, mejor dicho le daba pánico volar. Se sentó, miró por la ventanilla, divisó manchas negras en el Atlántico, al escuchar la explosión cerró los ojos, seguidamente los tiburones sorprendidos nadaron a recoger el maná que caía del cielo.

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